Me encontraba enormemente
sorprendido, pero a la vez extrañado. Eso pensaba mientras recorría aquella
bonita carretera comarcal. El asfalto estaba recién instalado, las líneas
blancas como la tiza, y un sol espléndido se dibujaba en el horizonte. Yo
caminaba con holgura mientras la suave brisa acariciaba mi rostro. Con aires
desenfadados, caminaba hacia el pueblo más cercano. Había un bullicio inusual
en la ciudad, la gente disfrutaba de las fiestas del pueblo, bailaban y se
reían al comienzo del evento. En las tabernas del lugar, los feligreses se
atrincheraban en las mesas y celebraban el comienzo de la primavera. Todos se
reían sin parar mientras bebían cerveza o jugaban a las cartas.
Afuera, los niños correteaban por
las calles inundados de alegría y despreocupación. Mientras, por la misma
calle, bajaban los bailarines y bailarinas con sus danzas y atuendos
tradicionales, al ritmo de una conocida canción.
La gente gozaba de inmensa
felicidad, tanto que incluso se contagiaba y parecía que el corazón se me iba a
salir del pecho, mientras bailaba al son de la música. Al terminar los actos de
la mañana, fui a visitar corriendo a mi familia, a las casas bajas. Nos
abrazamos todos juntos y nos alegramos de haber vuelto a vernos en tan
importantes fechas, y más después de varios meses sin verlos.
Comimos juntos alrededor de
aquella mesa rectangular del salón de invitados, habilitada para la ocasión.
Después de estar un buen rato
junto a ellos, me decidí a dar una vuelta por el pueblo. Yo me considero un
hombre de campo, ya que desde muy pequeño estuve ligado al pueblo y sus
costumbres. Me percaté en ese momento de que todo estaba saliendo a la
perfección, como si el destino supiera aquello que me complace y satisface, mas
supongo que de alguna forma me lo merecía.
Hacía tan buen tiempo y la dicha
era tan satisfactoria, que incluso ansiaba poder acariciar un poquito más de
aquella sensación. Y más, y más y más. Eso es lo que hacía mientras caminaba
entre los matorrales del campo, mientras bajaba colina abajo por la ladera.
De pronto, vi una luz en el
horizonte, y me acordé de aquel viejo anhelo que tenía de pequeño, pero que
nunca pude cumplir. Entonces, me decidí a perseguirlo con todas mis fuerzas.
Terminé de deslizarme entre los últimos matorrales, hasta alcanzar la altura de
la carretera. Comencé a correr con la ilusión de un niño con zapatos nuevos.
Corría y corría por la pista de alquitrán, e iba tan rápido que incluso me
asombré de que pudiera mantener el ritmo. Pero tras unos minutos mi ritmo
de carrera comenzó a disminuir. Maldita sea, la luz seguía inmóvil al final del
horizonte, ¡pero parecía que nunca la alcazaba!
Ese anhelo que perseguía era el
de una sociedad en la que todos fueran hermanos, y que la paz estuviera
presente en todos los pueblos del mundo.
Se despertó de un salto sobre la
cama, con el corazón palpitando con inusual fuerza. El coronel sentía que debía
levantarse para hacer algo importante, pero enseguida recordó que hacía un
tiempo ya que se había retirado del cuerpo.
Así que, una vez desvelado, se
tranquilizó; y se sirvió un café solo en la única taza que había limpia sobre
el fregadero.
-FIN-
Después de todo, al coronel le acompaña la soledad como a tantos otros, después de vivir en sociedad...
ResponderEliminarSaludos!!
Más que nada lo que quería transmitir es la idea de que los viejos anhelos y sueños siguen en el subconsciente, y que aun siendo viejo todavía perviven. Un saludo ;)
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