sábado, 3 de enero de 2015

El más allá


Me desperté al otro lado del mundo. La mayoría sostiene que cuando pasas a mejor vida, un flash recorre tu mente y ves pasar toda tu vida por delante de tus ojos, mientras que luego ves una luz al final del túnel. En mi caso, no tuve una muerte tan digna. Fui condenado a cadena perpetua y a recorrer la milla verde, para después morir electrocutado en la silla eléctrica.

Lo que sentí después fue pánico. Sentí que caía por un enorme abismo, negro, interminable. Mi conciencia se diluía en las tinieblas. Mi cuerpo, se desvanecía entre cenizas. No sé cuanto tiempo estuve cayendo por aquel precipicio pero, después de mucho gritar, la caída cesó. No había desaparecido. Mi físico estaba ligeramente más joven y ágil. Cuando desperté, tuve que recorrer una especie de carretera, que serpenteaba hasta alcanzar mi destino. Comencé a caminar, sin saber lo que me esperaba al llegar al final de aquella serpiente de sombras y oscuridad, iluminada por antorchas que se sostenían en el aire.

El cielo, era de una quietud que encogía el espíritu. Ni un alma rondaba la misteriosa carretera. Se oía un leve sonido de tormenta. Mis piernas comenzaban a tambalearse, la carretera era demasiado larga.
Finalmente, llegué a una explanada, y el sendero de dividía en dos. Una enorme valle metálica rodeaba el cielo inexpugnable.

A la izquierda, había un hombre custodiando una de las entradas. Sus facciones eran amables, parecía honrado y bonachón, y vestía de forma humilde, pero pulcra.

A la derecha, había una criatura que helaba la sangre. Tenía la cabeza de un búfalo, pero con las facciones alargadas. Su pelaje era negro e iba vestido con una armadura de hierro. Tendría una estatura de unos dos metros, y portaba un artefacto que parecía ser un arma sofisticada.


Quise ir por el camino de la izquierda, pero una especie de pared invisible me bloqueaba el paso. La criatura dio dos pasos al frente, y me dijo con voz profunda que no temiera, que debía acompañarle a él. Aquel magistrado sanguinario abrió una puerta y me acompañó a través de unas escaleras que iban hacia abajo, una escalera de caracol.

Al llegar abajo, el magistrado tomó aire. Me dijo que no me preocupara, que solo sería un momento. Confíe en él, dejando mi destino en sus manos. Alzó sus manos al techo y comenzó a recitar un conjuro. Un aura de color verde me rodeó al instante. Las ánimas giraban a mi alrededor. Entonces, cuando cesó el conjuro, me llevó ante un espejo. Era mi yo más joven, en la mejor etapa de mi vida, la única diferencia es que una llama de color púrpura y negro flotaba sobre mi cabeza.

Al ver esto, le di las gracias al magistrado, y este sonrió de forma grotesca. Le pregunté el por qué de su reacción, y me dijo que en seguida lo entendería. Sacó su cetro de poder y me envió directo a otra dimensión.

Pronto me di cuenta de que cualquier deseo que pidiera se cumpliría. Destinos, comida, bebida, compañía, mujeres, todo. Pero aun así, no sentía placer de ningún tipo. Con el paso del tiempo, que no es más que una percepción fija en esta dimensión, la comida se volvió insípida, incluso a veces juraría que sabía a cenizas. El sexo ya no me proporcionaba el placer deseado. Las noches de juerga se tornaron insoportables, por más que bebía no había límite a mis atracones. Por las noches, una vez al mes, tenía pesadillas en las que figuras demoníacas se burlaban de mi ser, y me sometían a torturas de lo más variopintas.

Pasado un tiempo, ya no soportaba más aquella situación y le supliqué al magistrado que me sacara de allí, mas este me explicó que no podía hacer nada, que debía cumplir condena eternamente por mis crímenes. Me enseñó un pergamino de papel, que era el contrato que me ligaba a aquella dimensión hostil. Finalmente, el magistrado me aclaró que pronto me acostumbraría a ello, y que el destino de las almas está íntimamente ligado con el porvenir que tengan sobre la tierra.

Y es así como en este lugar permanezco, por los siglos de los siglos, hasta que mi atormentada alma pueda ascender a los cielos, o el indulto de un dios todopoderoso levante este castigo.


-FIN-

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