miércoles, 11 de noviembre de 2015

Galio




Había llegado el gran día con el que Galio siempre había soñado. Como era costumbre en la provincia, aquel combatiente que llegara a las cien victorias sería liberado de su condición de esclavo.

Un tabulario llevaba el registro de combates de los gladiadores. Como era de esperar, muy pocos conseguían el codiciado premio. La mayoría morían en combate o a causa de las heridas que les provocaban. Sin embargo, la determinación de Galio le valió alcanzar su nonagésimo novena victoria.

La propia organización de los juegos no se lo puso fácil: combates con fieras salvajes, rivales sanguinarios, su particular lucha contra la fatiga y un sinfín de adversidades.

Su entrega le hacía valedor del Gran Doblón de Oro, un premio que le era concedido solo a los más populares guerreros. El propio cónsul se desplazó hasta el Coliseo para contemplar la posible hazaña.
Esta vez fue un combate limpio, sin trampa que pudiera perjudicar la imagen del cónsul, debido a la enorme repercusión mediática del combate.

Frente a Galio, un rival doblemente motivado: su victoria también supondría la liberación.
Allí estaban los dos: Galio frente a Tulio, ambos con una armadura básica y el eterno Gladius.
La multitud clamaba por Galio.

En el desigual combate contra el miedo a la muerte, solo quedó el más valeroso de los dos, el que creyó en sí mismo y en su salvación. Ese fué Galio.

Como última petición, ante el desarmado y malherido rival, pidió a los patricios que no lo ejecutaran.
Tampoco quiso aceptar premio más que el necesario. Ya tenía lo que quería,  ¡era libre!





Con el transcurso del tiempo, después de todo lo que había pasado, cayó en la cuenta de que su libertad estaba comprometida. Un hombre libre no realizaba tareas muy distintas a las de un esclavo. La desdicha que le provocaba y el desarraigo eran tales que Galio, finalmente, partió solo en busca de un destino mejor.

Probablemente su alma buscara encontrarse con la razón, para así poder despertar la conciencia de los esclavos del mundo. Solo la llave del conocimiento podría abrir las cadenas de los hombres.

Y a esa empresa dedicaría el resto de su vida. Había llegado el gran día con el que Galio siempre había soñado.


***FIN***

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