¿Por
qué te enterraron allí, querida?, ¿por qué lo hicieron? Te echo tanto de menos,
mi vida no ha vuelto a ser la misma desde que te perdí. Quizá ya sea viejo,
quizá esté delirando, o quizá mi mente ya no sea lo que era. En cualquier caso,
sigo acordándome de ti y de tu cálida mirada, de tus tiernos abrazos, de tus
labios carnosos. No hay día que pase sin que me acuerde de esos momentos
inolvidables que pasamos juntos. Llámame tonto, pero todavía sigo mandándote flores,
cada semana, cada mes. Pero no es eso lo que me inquieta, sino el no saber exactamente
si descansas en paz, querida. Yo ya he resuelto todos los problemas del pasado,
todos y cada uno de ellos. O al menos eso creo, mas quizá sean los fantasmas
del pasado los que me hacen tener estas visiones.
En
cualquier caso, quiero visitar tu tumba una vez más. Quiero que sepas que te
amo, y que no tengo miedo a reunirme contigo. Me dispongo a visitarte. Es tarde
y la oscuridad de la noche ya comienza a cernirse sobre el desamparado
camposanto. Las puertas siempre están abiertas, de eso no debo preocuparme. Con
inquietos andares, pero calmados ánimos, atravieso la vieja puerta de barrotes.
El cementerio es oscuro y siniestro, aunque pueda no parecerlo. Los cuervos
revolotean alrededor de las tumbas y rápidamente vuelan hacia los árboles. Sus
ojos se me clavan como puñales afilados. Sus garras se asientan con fiereza
sobre las ramas.
A
medida que avanzo por los solitarios caminos, se oye el gélido sonido del
viento, que arrastra las hojas desperdigadas por el suelo. Un lobo aúlla desde
el tupido bosque, muy alejado de donde yo me encuentro.
De
pronto, observo a lo lejos un detalle que capta mi atención. Me escondí
rápidamente detrás de una lápida para no ser descubierto. No podía creer lo que
estaba aconteciendo delante de mí. De la fuente que había en la confluencia de
los pasillos, unas manos agitaban las turbias aguas. De la fuente no brotaba
ningún chorro desde hacía años. Tras unos segundos agitando las aguas, estas se
sumergieron de nuevo hacia el fondo de la fuente. Yo, sin poder creerlo todavía
y asustado, me acerqué cautelosamente. La luz de la luna me permitía ver con
claridad la escena.
Al
llegar al borde, encontré un ramo de rosas marchitas. Alguien debía habérselas
dejado allí sin darse cuenta. Me asomé a la superficie de la fuente, mas no
hallé nada en su interior, salvo algunas monedas oxidadas, y mi rostro
envejecido. Me quedé allí por un rato, contemplando la quietud de mi rostro,
triste, inmóvil, cuando de pronto la vi. Me miraba con cara triste.
No
llores, por favor, querida, ya estoy aquí. Ella me respondió con un hilo de voz
que si quería reunirme con ella. Yo la dije que lo antes posible, sabiendo que
no había otra manera de conseguirlo. Ella me dijo que podría concederme ese
deseo si yo aceptaba. Acepté sin dudarlo y, en ese momento, su rostro se tornó
desolado, con la mandíbula desencajada. Quise correr, pero me quedé
petrificado. En su cabeza se dibujaron dos cuernos y, antes de que pudiera
reaccionar, me arrastró con sus brazos al fondo interminable de la fuente.
Después, todo se volvió oscuro. La pesadilla había terminado.
Ahora
solo espero que al otro lado del abismo este ella. Solamente quiero eso. Solamente
ella.