El joven estudiante no tenía ni la más remota idea de lo que
le iba a suceder durante aquella fría semana de diciembre. El muchacho había
escuchado en la prensa local y en los medios que un hombre había asesinado a dos
estudiantes de la localidad. La policía estaba investigando el reciente suceso,
pero no podían aportar mucho más a lo que ya se conocía.
En cualquier caso, el chico no le dio mayor importancia.
Siguió con su vida normal, como todos haríamos. Se levantó por la mañana
temprano para ir a clase a tomar apuntes. Al final de la mañana, se dirigió
directamente hacia su casa, sin esperar a nadie. Estaba un poco cansado y
bostezaba. De pronto, sonó un tono de notificación en su móvil. Era un mensaje
de texto. Este decía “Ahora” y su remitente era un número desconocido. El
muchacho pensó que sería alguien que se habría equivocado: de destinatario y de
mensaje. O tal vez fuera una palabra clave. Pero no le gustaban los acertijos,
ni tampoco tenía interés en ello. No obstante, lo guardó para comentarlo al día
siguiente con sus compañeros.
El martes, una vez tomó sus clases, volvió a salir de las
clases al terminar la mañana, y se dirigió a casa de nuevo solo. Quería llegar
cuanto antes, ya que su madre le iba a preparar su plato favorito, y se sentía
hambriento. A la misma hora que el día anterior, sonó su teléfono. Era otro
mensaje sin remitente, que decía: “Tu”.
-Sí, yo soy yo, efectivamente-dijo el chaval soltando una
carcajada.
Arrojó el móvil hacia el fondo del bolsillo y siguió
caminando. Mientras llegaba a doblar la primera esquina, se fijó en un hombre
que le miraba fijamente, apoyado sobre la pared. Era de tez blanca, no muy
alto, con el pelo corto y negro.
Al día siguiente, después de clase, emprendió el camino de
nuevo hacia casa, esta vez acompañado de un amigo. Iban los dos riéndose y
hablando de sus cosas. De pronto, el protagonista se sintió observado mientras
caminaban. El mismo hombre se encontraba a la vuelta de la esquina. Esta vez
miraba hacia su celular muy concentrado. Cuando no habían terminado ni de
recorrer la calle, otro mensaje de texto apareció en su pantalla. Este rezaba: “Serás”.
Acto seguido, el chico miró hacia donde estaba el desconocido de antes, pero ya
no estaba allí. Este comenzaba a asustarse y ese mismo día se lo contó a sus padres,
que decidieron informar de ello a la policía. Quizá les serviría para elaborar
un retrato robot del sujeto, si es que guardaba alguna relación con el caso.
La mañana del jueves, el muchacho salió de clase y su padre
le acompañó todo el trayecto de vuelta, ya que aquel día libraba en su trabajo.
Nada extraño sucedió, más otro mensaje le llegó al móvil a la hora precisa: “El”.
El chico ahora sí estaba totalmente aterrado. Se abrazó a su
padre y éste lo tranquilizó hasta que llegaron a casa. La policía seguía
buscando al sujeto, incluso ya empezaba a patrullar delante de la escuela.
El viernes por la mañana, el muchacho salió una vez más de
clase, con el alivio de saber que había terminado ya la semana. Estuvo atento a
su alrededor, a pesar de saber que la policía estaba patrullando la zona. No
vio al sujeto en cuestión merodear por las aceras. Apenas un minuto antes de la
hora, el muchacho miraba con intriga la pantalla del celular. Pasaron cinco,
quizá diez minutos, pero no llegó el maldito sms. El muchacho y su familia se
tranquilizaron.
Esa misma noche, el joven salió a tomar unas cervezas con sus
amigos. Al llegar la una de la madrugada decidió despedirse e irse a casa. La
fiesta había terminado hace tiempo. Comenzó a recorrer las calles vacías en dirección
hacia casa. Mientras caminaba, veía coches de policía por la carretera, con las
luces azules encendidas. Llegó hacia la última calle que conducía hacia su
casa. Entonces, decidió tomar un atajo por el parque, rodeado de algunas zonas
de penumbra, pero lo suficientemente iluminado por la luz de las farolas.
Es entonces cuando su teléfono móvil sonó. Pensó que sería
una llamada perdida de sus padres. Se equivocaba. Al bajar su mirada hacia la
pantalla, el terror se apoderó de su cuerpo. El mensaje decía: “Siguiente”.
El muchacho intentó gritar, pero ya era demasiado tarde. El
sujeto de sus pesadillas tapó su boca con las manos. En ese momento, el sujeto
le pidió silencio. El muchacho casi no podía respirar y, entonces, exhaló un
último aliento mientras la sangre corría por su cuello a borbotones. Su muerte
fue agónica pero rápida.
A la mañana siguiente encontraron su cuerpo decapitado en el
parque, y su celular en el suelo lleno de sangre. Esta vez, el homicida lo dejó
allí. Quién sabe cuántos mensajes habrá enviado, ni cuántos han recibido la
terrible advertencia.
Solo es seguro que el asesino anda suelto, y que tú puedes
ser el siguiente en su lista. En la lista de las cinco palabras.
Buen relato, hace que una mire con recelo su propio móvil ;)
ResponderEliminarUn saludo!
Ahora cada vez que mires un sms desconfia, de la publicidad sobre todo jajaja si te gusto puedes suscribirte al blog, un saludo!!
EliminarUn relato que lo hace aún más aterrador el hecho de que el asesino utilice el móvil como de acoso, pues es una de las tecnologías más usadas hoy en día. Un saludo.
ResponderEliminarAsí es, además puede hacerlo de forma que no deje rastro alguno, salvo que lo investiguen. Un saludo ;)
Eliminar