martes, 23 de diciembre de 2014

Tiroteo en el aula


Se lo que estaréis pensando. 
Se que pensareis que he sido un cobarde, que podría haber solucionado las cosas antes. 
Pero se me fue de las manos. 
Mi nombre no importa, mi memoria puede que si. 
Mis trastornos psicológicos agravaron el problema todavía más, 
pero es difícil ya saber cual fue el detonante de todo, o si la espiral de odio y tristeza que me corrompía tiraba hacia mi lado más oscuro. 

¿Que si alguna vez fui feliz? Supongo que si, en el jardín de infancia todos somos felices. En la escuela. Luego llegó el instituto y las cosas cambiaron. Mis padres se separaron, yo no sacaba buenas notas, me junte con malas compañías. Pero cuando me di cuenta y quise salir, esos imbéciles se volvieron en mi contra. Me maltrataban, me humillaban delante de las chicas, me hacían bromas de mal gusto. También guardaba rencor y repudio hacia ciertos profesores autoritarios e injustos. Los conserjes cada vez me daban mas asco, eran hipócritas y despreocupados. Aquel sitio parecía un auténtico penal de maxima seguridad. Ni siquiera podías salir a la calle en el recreo, salvo que estuvieras en tercer curso, y con la autorización de tus padres. 

Me cambié de instituto, pero la mala suerte me perseguía a todas partes. No se si era mi mente enferma y no diagnosticada la que me daba problemas, o que realmente yo debía ser el ejecutor de aquella lacra social. Mi mente ávida y ansiosa de protagonismo tomó una decisión por todo lo alto. La suerte estaba echada, la munición, preparada. 

No fue hasta que cumplí los dieciocho años que opté por liberar a este mundo de tan repugnantes seres. Algunos incluso seguían en aquellas aulas, haciendo su día a día, como si no supieran que yo ya lo había planeado todo al detalle. 

Ni bombas ni explosivos, lo mas fácil sería entrar por la puerta grande armado hasta los dientes. En mi arsenal, un subfusil calibre 9mm, dos Uzis MAC 10, una veretta y granadas de humo. Comienza la cacería. 9:00 de la mañana del lunes. Todos estaban en el aula y yo ya estaba preparado. Rápidamente, abri el maletero, recogi el equipo que me faltaba, y me dispuse a entrar. Debía darme prisa. La puerta lateral aun no habia cerrado, por lo que decidi en un ultimo momento entrar por ahi, sería más discreto. 

Decidí empezar por mi clase, en el primer piso. Estarían dando Matemáticas, con aquel estúpido profesor que me suspendió. Sin más dilación, abrí la puerta de dos patadas con mis botas militares. Lo primero, disparé a sangre fría al profesor, que calló fulminado sobre la tarima.
Después, seguí con una ráfaga de diaparos sobre las mesas. No se a cuantos alcancé.Todavía faltaba mucho por hacer. Seguí por el pasillo con andares relajados, disfrutando de aquella escena apocalíptica. Los alumnos que oyeron los diaparos corrían por salvar sus vidas. A los que encontraba los disparaba con suma precisón. A los que tropezaban, a los que no se movían aterrorizados, acabe con todos ellos. No importaba si era chico o chica, moreno o rubio, blanco o negro. Todos pagarían por igual, todos somos victimas de la tiranía del sistema opresor, de la conjura de los necios. 
Todos tenemos la ira impresa en nuestro ADN, y solo nosotros elegimos la causa por la que luchamos. Quizá la mía no sea la más noble, pero solo Dios podrá juzgarme por esto y estoy seguro de que será clemente y se apiadará de mi alma. Antes de salir, dejé una carta de despedida a mi madre, muy emotiva, como todo lo que yo hago. Ahora repito la escena en cada aula que entro. En unas hay alumnos, otras están vacías, otras comienzan a vaciarse mientras disparo a quemarropa por los pasillos. 

Barrí minuciosamente las dos plantas del edificio. En el otro solo había niños, mas ellos no debían pagar por esto, por lo tanto no entre al otro edificio. Cuando terminé, tiré los botes de humo por los corredores, asolados de víctimas mortales. Las paredes tintadas de sangre, los fluorescentes medio rotos, los casquillos de bala esparcidos por el suelo, el sudor de frente que caía por mi cara. Apenas me restaba munición en las Uzi, y la veretta estaba entera. Las alarmas seguían resonando en el colegio, como avisando del trágico acontecimiento. 

La policía no tardó en aparecer. No habia rehenes, no habia gloria, no habia fama. Solo estaba yo, ligeramente satisfecho, en la azotea, con las manos manchadas de sangre y un cigarro entre los dedos. Terminé el ultimo que quedaba en la cajetilla. 

Se acabó, no había mas remedio. No iba a ir a la cárcel, tampoco quería que las marionetas del gobierno me cosieran a balazos. Desde esa misma azotea, miré hacia el horizonte, también a mi casa. Los coches de policia, de ambulancia, de prensa, estaban abajo. Yo ya no oía lo que decían, ningun sonido. Ningún homenaje. Solo un gran alivio para este pobre muchacho, un punto y final que podría haber sido y a parte.

Me acerqué al borde, me di la vuelta, y me dejé caer. 

Fin.

-- Enviado desde Nota rápida

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