domingo, 21 de diciembre de 2014

Jugador abatido


Todavía recuerdo aquel partido que tuvo que jugar mi hermano en el estadio de (…). Era una tarde de domingo, y se jugaba el partido de primera división, la jornada 17, que enfrentaba al equipo de mi hermano contra el colista. Había ido con mi padre al estadio para animarle, ya que estaba atravesando un momento difícil con su pareja y no estaba muy centrado en sus cosas. Había gente en el estadio, sin llegar a estar lleno. El ambiente era agradable, no hubo incidentes que resaltar, juego limpio por parte de los dos equipos.

De pronto, mi padre y yo nos percatamos de que no se encuentra bien. No controlaba bien la pelota, reñía con sus compañeros y no estaba al 100%. El entrenador le daba instrucciones, creo que estaba a punto de cambiarlo.

Un instante después, cayó desplomado en el suelo. El árbitro corrió como una exhalación desde su posición ligeramente atrasada respecto de la jugada. El linier levantó el banderín advirtiéndolo. 

Estaba peleando por un balón dividido cerca del área, y de repente cayó al suelo casi inconsciente. Sus compañeros acudieron también a intentar socorrerlo. Le faltaba el aire, la ambulancia llego en seguida y lo trasladaron al hospital. Mi padre y yo marchamos hacia allí muy preocupados.

Finalmente, se cumplió lo que todos esperábamos. Mi hermano sufrió un súbito ataque al corazón, quedó fulminado casi de inmediato y cuando llegó al hospital, los médicos no pudieron hacer nada por él.

Pasaron los días, y los meses, y mi hermano ya no entra por mi cuarto con su sonrisa y su gesto alegre. No puedo creer que se haya ido así. No está de más agradecer las muestras de solidaridad que hemos recibido durante todo este tiempo, mas el dolor que siento por su pérdida es del todo irreparable.

A mi mente llegan recuerdos de las tardes que pasábamos juntos jugando a su videojuego favorito, como no, el de su profesión. En ese momento también me percaté de que no había vuelto a jugar a aquella consola desde que ocurrió el terrible suceso.

Con gesto vacilante, tras mucho pensarlo, pensé que sería buena idea jugar en la consola con ese disco. Al fin y al cabo, mi hermano aparece en él, y en cierto modo si juego con su equipo es como que él estuviera conmigo por unos minutos.

Abrí la carátula que contenía el susodicho juego y la coloqué en la bandeja con sumo cuidado. Encendí la consola y se inició el juego. Estaba casi nuevo, apenas lo acabábamos de estrenar yo y mi hermano. En el menú apareció una notificación en forma de burbuja, avisándome de que tenía un torneo pendiente. Era la copa del rey de primera división, yo jugaba con el equipo de mi hermano. Curiosamente, el siguiente rival, contra todo pronóstico, era el equipo colista contra el que jugó mi hermano. Sin dudarlo, me preparé para disputar el partido. Escogí el equipo y la alineación minuciosamente. Seleccioné a mi hermano, que estaba en los suplentes, y lo metí como titular. No lo iba a quitar en todo el partido.

En esta ocasión deje ver toda la presentación del partido. Es curioso en lo que te puedes fijar cuando dejas correr el juego sin saltar nada. Cuando salieron las alineaciones, la presentación era fabulosa. A modo de las competiciones europeas, se iban resaltando los nombres de los jugadores de la lista, a la vez que aparecía su imagen de medio torso y entrecruzando sus brazos. Llegó el turno de mi hermano, con su sonrisa implacable. Pero sucedía algo extraño. Su figura, a diferencia que la de sus compañeros, aparecía ligeramente transparente y oscura. Además, la velocidad a la que entrecruzaba sus brazos se veía también ligeramente enlentecida.

No le di mayor importancia, quizá mi mente quiso imaginarse aquello, además no dormí del todo bien la noche anterior.

Comenzó el partido. Minuto28, primera ocasión manifiesta de gol, al palo. Minuto 38, jugada peligrosa que acaba en gol para el equipo rival. No puedo creer que me estuviera costando tanto hacerle un gol al colista. En la segunda parte, metí dos cambios para refrescar el partido. Al minuto 49 logré marcar con un gol de cabeza de mi hermano, que subió a rematar el córner. Se le veía tan feliz que no quería que se acabara su celebración. Minuto 65, gol para el quipo rival. Minuto 76, gol de los nuestros con un potente disparo desde fuera del área. Apenas restaban 10 minutos más el descuento de partido. De pronto, se sucedió aquella jugada, pero esta vez fue distinta. Un jugador del equipo rival, mientras salía controlando la pelota con mi hermano, hizo una entrada tan fuerte que se me pusieron los pelos de punta. En la escena, los jugadores se echaron encima del árbitro, otros empezaban a empujarse y a enzarzarse en una pelea. El árbitro sacó la tarjeta roja. Mi hermano estaba en el suelo, la cámara cambió y se le veía llevándose la mano al tobillo, con la cara tapada con el brazo y gimiendo de dolor. Debajo, su nombre, pero lo que me sorprendió es que no apareció el símbolo de la lesión a su lado (+), sino el icono de una calavera (☠). Mientras veía esto, el cuerpo de mi hermano se iba desvaneciendo. Entonces, la pantalla hizo un extraño, y la televisión se apagó de golpe.

Me apresuré a encenderla, pero en cuanto lo hice la consola se apagó como por arte de magia. No he vuelto a jugar a aquel juego. Lo vendí en la tienda donde comprábamos los juegos, el dependiente no me puso pegas. Gasté el dinero en un regalo para mi novia, y no volví a mencionar lo ocurrido.

Solo espero que ahora el espíritu este joven jugador no ande vagando de mano en mano, atrapado en un CD donde estaban guardadas tantas emociones y recuerdos.

Adiós, hermano, te echaré de menos.

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