Todavía
recuerdo aquel partido que tuvo que jugar mi hermano en el estadio de (…). Era
una tarde de domingo, y se jugaba el partido de primera división, la jornada
17, que enfrentaba al equipo de mi hermano contra el colista. Había ido con mi
padre al estadio para animarle, ya que estaba atravesando un momento difícil
con su pareja y no estaba muy centrado en sus cosas. Había gente en el estadio,
sin llegar a estar lleno. El ambiente era agradable, no hubo incidentes que
resaltar, juego limpio por parte de los dos equipos.
De
pronto, mi padre y yo nos percatamos de que no se encuentra bien. No controlaba
bien la pelota, reñía con sus compañeros y no estaba al 100%. El entrenador le
daba instrucciones, creo que estaba a punto de cambiarlo.
Un
instante después, cayó desplomado en el suelo. El árbitro corrió como una
exhalación desde su posición ligeramente atrasada respecto de la jugada. El
linier levantó el banderín advirtiéndolo.
Estaba peleando por un balón dividido
cerca del área, y de repente cayó al suelo casi inconsciente. Sus compañeros
acudieron también a intentar socorrerlo. Le faltaba el aire, la ambulancia
llego en seguida y lo trasladaron al hospital. Mi padre y yo marchamos hacia allí
muy preocupados.
Finalmente,
se cumplió lo que todos esperábamos. Mi hermano sufrió un súbito ataque al
corazón, quedó fulminado casi de inmediato y cuando llegó al hospital, los
médicos no pudieron hacer nada por él.
Pasaron
los días, y los meses, y mi hermano ya no entra por mi cuarto con su sonrisa y
su gesto alegre. No puedo creer que se haya ido así. No está de más agradecer
las muestras de solidaridad que hemos recibido durante todo este tiempo, mas el
dolor que siento por su pérdida es del todo irreparable.
A mi
mente llegan recuerdos de las tardes que pasábamos juntos jugando a su videojuego
favorito, como no, el de su profesión. En ese momento también me percaté de que
no había vuelto a jugar a aquella consola desde que ocurrió el terrible suceso.
Con
gesto vacilante, tras mucho pensarlo, pensé que sería buena idea jugar en la
consola con ese disco. Al fin y al cabo, mi hermano aparece en él, y en cierto
modo si juego con su equipo es como que él estuviera conmigo por unos minutos.
Abrí
la carátula que contenía el susodicho juego y la coloqué en la bandeja con sumo
cuidado. Encendí la consola y se inició el juego. Estaba casi nuevo, apenas lo acabábamos
de estrenar yo y mi hermano. En el menú apareció una notificación en forma de
burbuja, avisándome de que tenía un torneo pendiente. Era la copa del rey de
primera división, yo jugaba con el equipo de mi hermano. Curiosamente, el
siguiente rival, contra todo pronóstico, era el equipo colista contra el que
jugó mi hermano. Sin dudarlo, me preparé para disputar el partido. Escogí el
equipo y la alineación minuciosamente. Seleccioné a mi hermano, que estaba en los
suplentes, y lo metí como titular. No lo iba a quitar en todo el partido.
En
esta ocasión deje ver toda la presentación del partido. Es curioso en lo que te
puedes fijar cuando dejas correr el juego sin saltar nada. Cuando salieron las
alineaciones, la presentación era fabulosa. A modo de las competiciones
europeas, se iban resaltando los nombres de los jugadores de la lista, a la vez
que aparecía su imagen de medio torso y entrecruzando sus brazos. Llegó el
turno de mi hermano, con su sonrisa implacable. Pero sucedía algo extraño. Su
figura, a diferencia que la de sus compañeros, aparecía ligeramente
transparente y oscura. Además, la velocidad a la que entrecruzaba sus brazos se
veía también ligeramente enlentecida.
No
le di mayor importancia, quizá mi mente quiso imaginarse aquello, además no
dormí del todo bien la noche anterior.
Comenzó
el partido. Minuto28, primera ocasión manifiesta de gol, al palo. Minuto 38,
jugada peligrosa que acaba en gol para el equipo rival. No puedo creer que me
estuviera costando tanto hacerle un gol al colista. En la segunda parte, metí
dos cambios para refrescar el partido. Al minuto 49 logré marcar con un gol de
cabeza de mi hermano, que subió a rematar el córner. Se le veía tan feliz que
no quería que se acabara su celebración. Minuto 65, gol para el quipo rival.
Minuto 76, gol de los nuestros con un potente disparo desde fuera del área.
Apenas restaban 10 minutos más el descuento de partido. De pronto, se sucedió
aquella jugada, pero esta vez fue distinta. Un jugador del equipo rival,
mientras salía controlando la pelota con mi hermano, hizo una entrada tan
fuerte que se me pusieron los pelos de punta. En la escena, los jugadores se
echaron encima del árbitro, otros empezaban a empujarse y a enzarzarse en una
pelea. El árbitro sacó la tarjeta roja. Mi hermano estaba en el suelo, la
cámara cambió y se le veía llevándose la mano al tobillo, con la cara tapada
con el brazo y gimiendo de dolor. Debajo, su nombre, pero lo que me sorprendió
es que no apareció el símbolo de la lesión a su lado (+), sino el icono de una
calavera (☠). Mientras veía esto, el cuerpo de mi hermano se iba desvaneciendo.
Entonces, la pantalla hizo un extraño, y la televisión se apagó de golpe.
Me
apresuré a encenderla, pero en cuanto lo hice la consola se apagó como por arte
de magia. No
he vuelto a jugar a aquel juego. Lo vendí en la tienda donde comprábamos los
juegos, el dependiente no me puso pegas. Gasté el dinero en un regalo para mi
novia, y no volví a mencionar lo ocurrido.
Solo
espero que ahora el espíritu este joven jugador no ande vagando de mano en mano,
atrapado en un CD donde estaban guardadas tantas emociones y recuerdos.
Adiós,
hermano, te echaré de menos.
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